domingo, 26 de mayo de 2013

DEMOCRACIA HOY

Creo pacífico asegurar que si no hay una estructura que permita imponer a todos las normas que deban aplicarse, de nada vale analizar su bondad o eficacia. Creo igualmente que una vez asegurado sobre un territorio concreto el cumplimiento por parte de todos los que lo ocupen de dichas normas, es "bueno" que esas normas sean justas, tanto como creo que no hay manera de certificar el contenido que así las cualifique y que debemos conformarnos con intentar que respondan a la opinión mayoritaria, siquiera para evitar que si esta no se ve satisfecha proceda a aplicar la fuerza sobre la minoría. Y al fin,creo que en una suerte de worse case scenario a la AntiGrocio (recordemos que el amigo postuló con prudencia suma que si no existiera Dios-"lo que no podemos afirmar sin gran blasfemia..."- aún sería obvio para el hombre lo que es bueno y malo)sería seguro decir que aún abandonando la agnostización de la política y admitiendo un sistema moral heterónomo como el cristiano o similar, el contenido de la norma debería incorporar el Amor recíproco entre los seres humanos. Que nada tiene que ver con la Justicia o la ecuanimidad, y menos aún con las pretensiones de igualdad. Me explico: el Amor no es justo, y la prueba es que una madre hará morir a mil niños si es el precio para que se salve el suyo. De igual modo, el fuerte sera "bueno" si ayuda al débil, no si finge que ambos tienen el mismo poder para que el débil no se sienta mal. Hoy, una banda de descerebrados a los que su prójimo importa poco impone que se desproteja a todos haciendo de igual condición a fuertes y débiles. Un par de generaciones ha sufrido la porquería de lo políticamente correcto, la discriminación inversa, las guerras humanitarias, etc... Los buenos se han visto postergados en favor de los menos capaces, y aún se ha intentado que los fuertes se avergüencen de serlo... Igualar por debajo para permanecer encima los mediocres, lema oculto del socialismo. Por supuesto que la corriente subterranea no varió nunca su curso, pero al fin aún en la superficie de las cosas era cuestión de tiempo que el agua encontrase su camino y esa contención artificial reventase. Hace un tiempo di mi opinión acerca del contenido actual del Poder, y concluí que la dictadura de las mayorías (en tanto que guiadas por estímulos primarios que al fin no generaban siquiera la auténtica opinión, buena o mala, de esas mayorías sino un producto de la hipnosis que sufren a manos de los realmente poderosos) acababa cuando los auténticamente fuertes tomaban conciencia y regulaban la vida social donde esta verdaderamente era orientada, a base de Ataques Masivos de Denegación de Servicio en Internet. El agua encontraba su camino, el pago era un absurdo en la Red, los malos se veían al fin castigados por nanobots tripulados por auténticos Fuertes. Pero la cosa va en las dos direcciones: no sólo aflora al fin el Bien represado, sino que explota el Mal escondido. En efecto, los "Buenistas" en el Poder son conscientes de que donde la Fuerza pervive no pueden entrar en confrontación por su debilidad y por haber confinado en el ostracismo a sus propios Fuertes. Alianza de las Civilizaciones. Pero era cuestión de tiempo: si el tribal anclado en la edad de piedra es masacrado y su tierra incorporada a la edad temporal del vencedor, todos somos contemporaneos. Si el oscuro y vergonzante temor de los políticos hace que el ejército triunfante se retire, pronto veremos al vencido tomar conciencia. Y mientras eso pasaba en Afganistán, pocos se sobrecogen a la vista de generaciones de mujeres devastadas, y algunos más si hay una cara pasada por vitriolo. Pero poco más insomnio. Más, amigo, ya están aquí. Y no son aviones estrellándose contra edificios o gas Sarín. Sin medios ni infraestructura, basta tomar conciencia de la propia fuerza cuando nadie puede impedirle a uno en mitad de Madrid o Londrés decirle a su mujer que se tape la cara o lo que tiene que votar, o cuando un 90% de la población culturalmente cristiana acepta que su crucifijo desaparezca de las escuelas y ha de tolerar que se pueblen de pañuelos arabes en la cabeza de las niñas. A continuación un cuchillo de carnicero basta para cambiar, de mano, la vida de un soldado por la de otro, lo que hubiera sido impensable en el campo de batalla... Pero además generando un impacto mil veces superior, el del terror que cambia las vidas cotidianas más que las bombas, a las que uno acaba acostumbrándose. No es cuestión de una u otra religión, ideología política, filosofía moral... Es cuestión de sentido común. El fuerte empuja el carro más lejos y el débil debe agradecer un desarrollo social que le permita subirse a ese carro. Si se permite que crea que manda al que empuja, algún miserable se habrá salido con la suya y conseguido una dirección política, pero tarde o temprano el agua, ya se sabe... Sugiero fortalecerse y no tolerar. E ignorar a los que ladran porque pronto tendrán que elegir entre volver a someterse o ser degollados por un tutelado en aras de la solidaridad universal del Hermano Hombre. Las implicaciones son vastísimas, y sólo los más obtusos estarán pensando que hablo de reyertas tumultuarias. Los políticos son los débiles del carro y los que les dirigen confían en un sistema que en realidad depende de los perjudicados por su avaricia para persistir. Basta que esos Fuertes que empujan el carro tomen conciencia para que se caiga el tinglado, pero no es siquiera preciso un episodio de iluminación formal: aún la intuición empieza ya a hacer que el suicida agobiado por las deudas de la vuelta a los cañones de su escopeta y antes de vaciarlos sobre sus propios higados haga un intermedio en algún Parlamento o Banco... El día en que alguien se ponga al día de su deuda hipotecaria a base de atracar sucursales del banco prestamista no parece lejano. Desde luego, más dificil es imaginar que quien perdió una guerra a diez mil kilometros venga al territorio de su vencedor y sin más arma que un cuchillo acabe con soldados del ejército contrario. Y en términos de alteración de la conciencia ciudadana más intenso debería ser el efecto de los atentados de Londres y París, pero temo que el otro fenómeno tendrá consecuencias mucho más amplias. Y afortunadamente más deseables.

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